miércoles, 20 de agosto de 2014

El león de Nemea


Hércules, hijo de Zeus, el Dios con más poder, se convirtió en esclavo de su primo Euristeo, su mayor enemigo, quien le había arrebatado su legítimo trono. Euristeo le obligó a realizar 12 trabajos.


El primer trabajo que le impuso fue llevarle la piel del León de Nemea, una criatura considerada invulnerable...


Después de caminar varios días Hércules por fin vio algo extraordinario, huellas de león con forma de arena quemada. Hércules siguió las huellas y después de dos horas caminando oyó algo aterrador:

¡¡¡GRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR!!!

Y tras escuchar el rugido vio dos grandes piedras afiladas y brillantes. Eran los colmillos del temido León de Nemea, ese que contaba la leyenda que no había piedra, bronce o hierro que pudiera atravesar su cuerpo.

Hércules se lanzó a la pelea.

 

El león buscó refugio en una cueva que tenía dos entradas. Enseguida Hércules se dio cuenta de las intenciones de éste, así que decidió tapar con un gran roca una de las entradas impidiendo de este modo que el león le atacase por detrás.

Tras ello Hércules entró en la cueva y se encontró con dos enormes ojos que brillaban feroces. El león saltó sobre Hércules.


Hércules lo agarró por el cuello y lo apretó con sus potentes brazos. El león daba grandes patadas, echaba fuego por la boca hasta que poco a poco fue desfalleciendo. 

¡HÉRCULES HABÍA VENCIDO!

Ahora necesitaba despellejarlo, pero, ¿cómo lo podía hacer? Sólo el León de Nemea podía tener la piel del León de Nemea.

Así que decidió hacerlo con las propias garras del león a modo de puñal. Cortó la piel y se la colocó encima como si de una armadura se tratase.


Cuando llegó al palacio de Euristeo, Hércules tiró la piel de la fiera a los pies de su primo, quien aterrorizado, corrió a esconderse dentro de una gran vasija de bronce.